Cualquier descripción sobre Petra sobra. Podría utilizar el más amplio vocabulario y nunca llegaría a aproximarme en su descripción, por lo que la omitiré.
A media tarde llegamos a final del recorrido. Se puede apreciar la última fachada conocida como “el Monasterio” y, un poco más allá, la zona de los miradores.
Optamos por detenernos en el mirador del “la Piedra del Sacrificio”, una losa, con surcos labrados a su alrededor, con el fin de, supuestamente, recoger la sangre de los “sacrificados”. En ese mirador encontramos a Mussa (Moisés) el beduino encargado del puesto de venta que amablemente nos invita a tomar un té. Nos quedamos un buen rato disfrutando de su compañía. Charlamos y nos cuenta aspectos de sus costumbres. También nos dice que los turistas que le visitan en grupo sólo se dedican a hacer fotografías. A él le gustan los que lo hacen de manera individual ya que son estos quienes paran, le dan conversación y hacen algunas compras. Tras varias tazas de té y con la satisfacción de haber conocido algo más de estas gentes decidimos volver.
Fue al salir del parque cuando Isabel nos dice que ha conocido a un par de beduinos y que le han invitado (nos han invitado) a asistir a una barbacoa beduina en la zona del poblado. No podemos renunciar a integrarnos un poco más entre estas gentes. Es en este momento cuando comienzo a sentirme mal. Un fuerte dolor de cabeza (posiblemente el mal del viajero) parece que va a dar al traste con la noche. Tras mucho “pelear” finalmente consigo un ibuprofeno (NOTA: importantísimo llevarse un mini botiquín con medicinas básicas) que me permitiría unirme al festín. Eso si. Esa noche estuve más tiempo en el aseo que en mi cama...
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